La pobreza sigue siendo uno de los problemas más graves en el mundo en 2024, y pocas cosas hay más horribles que la desesperación y la falta de oportunidades que la acompañan. La solidaridad libre y orientada a que los individuos puedan prosperar por sí mismos es una de las formas más nobles de combatirla. Sin embargo, las ayudas estatales, cuando la solidaridad no es libre, pueden tener efectos contraproducentes, sacando de la pobreza a algunos, pero hundiendo a otros en una mayor dependencia.
Desde 2012, Eurostat ha publicado datos sobre el impacto de las transferencias sociales en la reducción de la pobreza en Europa, excluyendo las pensiones. En un sistema público de pensiones, estas podrían parecer ayudas, pero en un sistema privado sin banca central serían simplemente el rendimiento de los ahorros personales. Los datos muestran que los países con mayor renta per cápita, como Alemania y los Países Bajos, tienen un éxito notable en reducir sus tasas de pobreza mediante ayudas estatales. En cambio, en países menos ricos como Grecia o Portugal, las ayudas tienen un efecto menos significativo.
Para aumentar la productividad y combatir la pobreza, es crucial implementar políticas que fomenten el ahorro, mantengan un equilibrio presupuestario, tengan un banco central conservador o inexistente, promuevan la libertad económica y mantengan impuestos bajos. En América Latina, países como Chile y Uruguay han hecho avances significativos en esta dirección, mientras que otros, como Argentina y Venezuela, continúan luchando con problemas estructurales y económicos que perpetúan la pobreza.
Definir la pobreza adecuadamente es crucial para abordarla efectivamente. La pobreza relativa se refiere a aquellos cuyos ingresos son inferiores al 60% del ingreso medio de su sociedad. Esto varía significativamente de un país a otro. Por ejemplo, ser pobre en España no es lo mismo que ser pobre en una tribu himba en Namibia. La pobreza absoluta, por otro lado, se define como la incapacidad de cubrir las necesidades básicas para estar nutrido y tener un techo. Esta medida no es relativa y se establece un mínimo a nivel mundial.
Las transferencias sociales funcionan tomando parte de los ingresos de los más ricos y redistribuyéndolos a los más pobres. En países ricos como Alemania, estas transferencias tienen un efecto significativo, reduciendo la pobreza relativa de manera notable. En países menos ricos, aunque ayudan, no logran los mismos efectos impresionantes. Un ejemplo reciente es Grecia, que tras las medidas de austeridad y los paquetes de ayuda de la Unión Europea, ha visto mejoras moderadas pero no transformadoras en sus tasas de pobreza.
En países con gran esfuerzo fiscal y ayudas que sacan a la gente del sistema productivo, la recaudación disminuye, entrando en un círculo vicioso de menor productividad, mayor esfuerzo fiscal y más evasión. Esto se ha observado en Argentina, donde las políticas populistas han llevado a una alta inflación y devaluación del peso, exacerbando la pobreza en lugar de aliviarla.
La soberanía monetaria juega un papel crucial en la pobreza. En países con soberanía monetaria, la devaluación de la moneda puede mover el umbral de pobreza, aumentando la cantidad de personas consideradas pobres. Esto crea un efecto óptico donde parece que hay menos pobres relativos, pero la pobreza absoluta puede aumentar. Venezuela es un ejemplo extremo, donde la hiperinflación ha devastado la economía y aumentado la pobreza absoluta a niveles alarmantes.
Imaginemos tres países hipotéticos: el país verde, el amarillo y el rojo. El país verde sigue políticas que llevan a la prosperidad, similar a los países nórdicos que combinan un alto bienestar social con una economía fuerte. El amarillo, aunque menos disciplinado, hizo esfuerzos para establecer una unión monetaria con el verde, similar a los países del sur de Europa dentro de la zona euro. El país rojo, altamente intervencionista, tiene una economía débil y una población más pobre y desigual, recordando a casos como el de Venezuela.
En este contexto, el país rojo, al devaluar su moneda, ve moverse su umbral de pobreza, lo que hace que más personas se consideren pobres. Mientras tanto, el país verde, con una economía más fuerte y disciplinada, puede redistribuir ingresos de manera más efectiva, reduciendo la pobreza de manera significativa. En el país amarillo, que comparte la misma moneda con el verde, la presión para mantener políticas fiscales responsables es mayor, pero aún enfrenta desafíos significativos en la reducción de la pobreza.
En conclusión, las ayudas estatales, salvo excepciones como desastres naturales, deben ser sostenibles dentro del equilibrio presupuestario. Sin este equilibrio y con soberanía monetaria, la devaluación inevitable de la moneda disminuye el umbral de pobreza, creando un efecto óptico de menos pobres relativos pero acercando a la sociedad a la pobreza más absoluta. Los incentivos políticos pueden llevar a políticas económicas destructivas, como hemos visto en varios ejemplos históricos y actuales. Para combatir la pobreza de manera efectiva, es crucial entender y aplicar políticas que fomenten la productividad y el crecimiento económico, manteniendo un equilibrio fiscal saludable. Solo así se puede asegurar que las ayudas lleguen a quienes las necesitan sin condenar a la economía a un ciclo de pobreza y dependencia.